Juan nos muestra el lugar donde nació.
Cuando hace apenas 15 años, los hermanos Montoya se propusieron montar su propio negocio, nadie esperaba ni remotamente el éxito que su idea tendría. Juan y José Montoya son dos hermanos vallisoletanos que nacieron con dos meses de diferencia, algo raro para ser hijos de la misma madre. Ello se explica por la cantidad industrial de droga que su madre se metía por vena durante los embarazos. El embarazo de Juan, el mayor, duró apenas 4 meses y al de su hermano pequeño se le estima una duración de 3 semanas, como los de las libélulas. Quizás por esa razón ambos niños nacieron calvos y sin dientes, anticipándose al aspecto que años más tarde se esperaría de ellos. Una vez nacido el segundo, los hermanos se comieron medio kilo de placenta (sin pan) y a su propia madre, pues en las llamadas zonas deprimidas es normal devorar a la matriarca mientras aún está renqueante debido a los desgastes del embarazo. A la tierna edad de 7 años tanto Juan como José consiguieron trabajo por medio de su tío Onophre; se convirtieron en los txaperos de mayor edad del burdel clandestino de su tío. Entre servicio y servicio, los niños se encargaban de visitar la casa de su primo Jesús Ismael, un conocido traficante a pequeña/media escala, del que conseguían las drogas tanto para ellos como para los clientes del prostíbulo, pues en estas latitudes es tradición inyectarse heroina en el glande mientras abusas de un menor. Hartos de andar los 400 metros que separaban el burdel de la casa de su primo, a los hermanos se les ocurrió la emprendedora idea de convertir las calles de su barrio en una fuente inagotable de drogas de toda clase de sabores y de colores; un auténtico Supermercado de la droga.
Dos años más tarde de la feliz idea, el barrio lucía diferente. El continuo transcurrir de clientes animaba y daba color a las calles, sus quejidos y lamentos amenizaban a los niños, que inventaban juegos como el busca la jeringa o el no te dejes violar, los cristales de ventanillas de coche rotas daban un aspecto resplandeciente y estrellado al suelo y el desagradable verde del cesped fue sustituido por el más civilizado color albero de los descampados. Pronto Bill gates quiso comprarles el negocio, pero los hermanos no se dejaron engañar por su resplandeciente sonrisa y le mordieron en la mano cuando el programador gafotas intentaba darles un poco de bacon para metérselos en el bolsillo.
Pese a no dejarse globalizar, los niños vieron como otros advenedizos les copiaban la idea en otras ciudades y dimensiones alternativas diferentes, por lo que se propusieron seguir creciendo como negocio y ser realmante emprendedores. Juan, que en esta época tenía ya 11 añazos, colocó a sus tres hijas como recepcionistas a la entrada de su poblado; las niñas acompañaban al cliente desde que entraba hasta que salía del recinto, recogiendo amablemente los dientes y las monedas de 2 céntimos que se les pudiera caer a los visitantes y besando con lengua a aquel que hiciera una compra mayor de 12 euros. Otra innovación importante fue la idea de José que llamó El mapa de los boquetes, con el que el trato personalizado a los clientes adquiría un nuevo cariz; José anotaba en un cuaderno los lugares en los que cada comprador se pinchaba, llevando un recuento y ayudando a los toxicómanos a elegir un lugar de su cuerpo que no estuviera muy castigado en cada pico. También estudió la carrera de medicina y la de anatomía (si es que ésta existe) en pos de buscar venas inexploradas por el yonki común. Su tesis doctoral fue sobre el pinchazo en las almorranas, trabajo por el que ganó el Nobel de Medicina de ese año, dos Grammys y la medalla de oro de 2.000 metros/valla en las Olimpiadas.
José nos enseña las instalaciones.
No fueron las únicas innovaciones; el Yonki Meal (o menú infantil) supuso un éxito inmediato, pues no sólo incluía la dosis de heroina necesaria y permitida para un niño, sino que incluía pequeños regalos que a los peques encantaban y que a Juan Y José les resultaban muy baratos de conseguir; fundas para los dientes, el alambre que recubre el corcho del las botellas de cava, tapacubos, curriculums viejos...
Fue entonces cuando los hermanos cometieron un error de bulto; para disfrutar mejor del dinero y las mujeres que les proporcionaba su negocio, delegaron responsabilidades en su tío Onophre, el proxeneta amable. Mientras que Juan y José pasaban gran parte del día en paraisos como el polígono industrial del pueblo o el vertedero detrás del Eroski, Onophre llevaba el negocio con el culo, siendo esta expresión una metáfora. Malversaba los fondo, desviaba capitales, no guardaba los albaranes por orden de llegada sino alfabéticamente y dejó de pagar a Google la tasa que permitía que la página web del negocio fuese la primera que apareciese cuando introducías el término "amor". Pronto los accionistas (Manuel el del carro, Desiree la mellada o el tío Isidro) abandonaron el negocio, dejando a su suerte a los dos hermanos. Ante tan chunga situación, Juan y José Montoya claudicaron, y decidieron vender su negocio finalmente a Bill Gates, que se frotaba las manos con avaricia a su llegada al poblado. Con esta compra, Gates poseía casi la totalidad de los supermercados de la droga de Castilla y León y no quedaría ahí, como ya sabemos, pero eso es otra historia que debe ser contada por gente que se aburra más que yo.
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